Hay que ir al grano: Luchando por el metal es uno de los mejore discos del rock nacional. Por la música que quedó allí registrada.
Por propuesta, por quiebre.
Por el alcance ilimitado que tuvo. Porque ayudo a consolidar un movimiento que nos atrapó a muchísimos.
Por cantar “¡Basta de Hipppies, basta de morral!”
Por esas guitarras distorsionadas que aceleraron el corazón de miles y aceleraron, también, el inminente Bing Bang de un sent heavy.
Por ese ritmo acelerado (¿fue la primera banda trash de la historia?) que barrió con la mansedumbre de un Rock Nacional que amenazaba con anquilosarse y solemnizarse.
Bueno, de alguna manera, eso ya había ocurrido.
Una respuesta a ese rock representado por Piero (manso y tranquilo) Vivencia, Nito Mestre y Los Desconocidos de Siempre y el Duo Fantasía.
Y, también, de paso a ese otro universo paralelo de renovación que pretendía la Trova Rosarina, aunque en el fondo no era más que una extensión de lo primero.
Pero, fundamentalmente, este álbum y su mensaje es una respuesta al hastío de esa predemocracia que en cuestión de meses se materializaría.
Su irrupción acontece en esa línea de tiempo que se da en la transición entre el fin de la Dictadura Militar y que desembocaría en la flamante democracia que depositaría a Raul Alfonsín en el poder.
Ricardo Iorio en Bajo, Osvaldo Civile en Guitarra, Gustavo Roweck en Batería y Alberto Zamarbide en Voz fue la alineación en sus dos primeros discos y la formación clásica de la banda, luego de aquella protoformación que incluía a otro fundador, Ricardo Chofa Moreno, que le dio paso a Osvaldo Civile y, también, el baterista Gerardo Osemberg.
Luchando por el Metal y todo un significado
El título del álbum se refiere a la obstinación de Ricardo Iorio de querer sembrar un camino, de allanar sendas que posibilitasen y desembocaran en un espacio a los Heavys; lograr aceptación. Directo, sin más pretensiones que eso, así lo manifestaba el bajista en notas de la época.
Desde su edición, no hay reseña ni anécdotas sin contar que no adornen este hecho artístico único.
Innumerables hechos tragicómicos rodearon al disco desde su concepción, su grabación y posterior publicación.
Como, por ejemplo, idear un arte de tapa que pretendía mostrar una imagen con los fanáticos del grupo en Barrancas de Belgrano. Foto imposible. El día de su realización y producción, la policía se apersonó en el lugar y con carros y dos tranvías, no muy amablemente, invitaron a todos a subirse y, detenidos, depositarlos en la Comisaría 33ª. O, uno de sus ya famosos recuerdos, que se dio en el marco de B.A Rock 82.
A instancias de una invitación de Pappo, la banda se presenta ante un público hostil, sumado a problemas de sonido y diferencias iniciales con organizadores, ante silbidos y desdén, un enojado Ricardo Iorio vocifera “vamos a tocar dos temas más y nos vamos y los hippies… ¡que se mueran!”
Vaya presentación ante el gran público…
O sucumbir a la idea de Iorio de inmortalizar un auténtico motor V8 en la introducción de “Destrucción” y conformarse con un Tornado de Torino, encontrado a la vuelta del Estudio en un taller mecánico.
Junto a Los Violadores, mostraron el otro lado del Rock Nacional,por fuera de los sellos discográficos poderosos y patearon el tablerocon un golpe que nació desde la bronca e indignación que cierta parte de la juventud (esa juventud heavy) padecía y todo esto, en tanto cóctel explosivo, se transformó en odio. ¿Por qué no?
Grabado en el modesto Estudio Edipo, con tiempo limitado y editado por el Sello Umbral, sobre un fondo negro y el logo de la banda, ve la luz finalmente en Julio de 1983 y aglutina o condensa la frustración existencial de sus integrantes.
Hay verdaderos himnos plasmados en aquellos surcos negros.
“Tiempos Metálicos” y “Brigadas Metálicas”, manifiestos y conceptos que pretendían delinear a un movimiento o subcultura (no se hablaba de Tribus en ese entonces) incipiente. Sus letras hablan de sentirse iguales, de pertenecer, de aguantar sobre todo. Donde no había lugar para blandos y vacilantes. De esos “desconectados de la realidad”, los del morral.
“Destrucción”. El Himno del Metal argentino. El caballito de batalla por el cual muchos llegamos a la banda, es la auténtica sinfonía infernal del metal criollo.
“Ya no creo en nada, ya no creo en mí”, canta un desmoralizado Zamarbide, interpretando con fuerza y claridad lo que Roweck había sentido al pasar las horas en aquella fábrica de coladas de plástico de la cual deseaba ser despedido sin más demora.
“Muy cansado estoy”, dolor de existir en una realidad asfixiante.
“Si puedes vencer al Temor”, una auténtica joya. Desde sus líneas y en esa progresión de acordes se sintetiza el espíritu del disco. Sus climas, su melodía, esa guitarra que acecha permanentemente para luego desembocar en un solo asesino…
Es la representación de Satanás, ¿el Mal? Como toda metáfora, subyace el hecho de “no caigas en su garra cruel, es muy complicado zafase de Él, Ignora sus fuerzas lo podrás vencer, sin no lo consigues serás parte de Él”. Esa realidad amenazante de forma permanente.
Esquivarla, confrontarla luego, superarla y vencerla. Es una de las canciones más Balck Sabbath. También hay una aceleración que arrasa. Es un auténtico temazo.
Es menester aclarar que el disco no fue un suceso de ventas. Ni por asomo. La banda, sumado a cierta inexperiencia, el comportamiento que comenzaba a ser errático en algunos de sus integrantes y en seguidores los sumieron en un circuito de shows que se circunscribía al público heavy. Postergada o relegada del circuito oficial de pubs capitalinos de la época, y, claro, el omnipresente sonido Pop de moda hicieron lo suyo.
Hay algo nostálgico y tal vez estereotipado en estas líneas….
Recuerdo a un muchacho que le decían el Oveja, socio del club Naútico al igual que yo.
Lo recuerdo caminando con su campera de cuero, su muñequera de tachas, pelo largo, chupín y Topper botas negras…
Remera de Dio, pelo largo… representaba lo que yo quería ser….me contaba que odiaba Roque Narvaja. Yo le espetaba que, con diez años, ya tenía dos discos de Kiss y él, con tono paternal, me aclaraba que no escuchaba ese rock comercial.
Un flash de época, mi flash….
Volviendo al disco que nos convoca: es ahora que se podría afirmar ciertas verdades con respecto a él, todo lo antedicho y más… o menos.
Recién con el correr del tiempo se erige como disco de culto y la banda en leyenda convertida en influencia incluso para bandas extranjeras y afianza el movimiento que encuentra para finales de los 80 y un gran desarrollo en los 90 un público fiel. Quizá el más fiel de todos los públicos.
Una consolidación que, nobleza obliga, había iniciado Riff con Contenidos.
Hoy parece romántico leyéndolo pero las expresiones o declaraciones de los mismos músicos de V8 reflejan una realidad dura de jóvenes que habían crecido con Videla pero de verdad, de postergaciones, de oportunidades negadas, de obstinación para cambiar la realidad. Refleja crudamente que la transición de los años opresivos de la Junta Militar en Democracia no fueron precisamente una fiesta con papel de colores, si bien la ansiada libertar fue abrazada, su camino hacia ella no fue un camino agradable.
Pero la música, ese transporte de consignas, de sonidos que rodean cualquier momento o momentos. La música como cambio.
Musicalmente, ese doble bombo de Roweck, esa Gibson de Civile, la personalidad y carisma escénico de su frotman y un letrista como Iorio, que iba camino a convertirse en una voz generacional.
Esa aceleración en el ritmo, ese aura…
Son 40 años del Metal en argentina. Son 40 años de Luchando por el Metal.
