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Postales de una nueva ¿crisis? en España

Detalles mínimos, algunos casi imperceptibles, que le dispararon al autor de la nota una reflexión en su reciente paso por tierras ibéricas. Bares, aviones y hasta papel higiénico.

Plato de pulpo y papa y vistosa iluminación de las calles de Córdoba. Pero a las 23:00, se apagan.

Resulta fácilmente discernible captar cuándo un país se encuentra en crisis. La inflación asfixiante, el aumento de la mendicidad y la pobreza, la fatalidad de los índices macroeconómicos que, bajo sus cifras, esconden seres humanos.

Son los indicios evidentes de una crisis XXL y ver esas señales no constituye un mérito.

En cambio, atisbar las pequeñas crisis, las emergentes, esas que se componen de detalles mínimos, a veces imperceptibles, requiere una mirada despierta que no se engañe con el lujo de las vidrieras de las grandes marcas o con las colas que se forman afuera de los restoranes…

Llevaba alrededor de cinco años sin viajar a España. Ya al ocupar mi asiento en el avión, que pertenecía a la compañía hispánica, noté con un indescriptible espanto que la distancia con el respaldo de la butaca que estaba delante se había acortado en relación al 2017.

Sabía que yo no había aumentado mi estatura, algo imposible a las cuarenta y tantos años, así que no quedaba otra posibilidad que, aprovechando la pandemia, los accionistas de la empresa, a través de las manos de sus trabajadores, habían encimado los asientos de modo tal que las rodillas se incrustaban en la mesita rebatible en la que me servirían las viandas.

Admito que mi boleto era de los económicos, para más no da el cuero, pero indigna perder esos centímetros de margen que, en esos largos vuelos, permiten a las articulaciones y huesos conformarse con un sufrimiento moderado.

Nunca estuve tan feliz de mi escaso metro ochenta, que me impidió llegar a defender el arco del primer equipo de Newell´s, pero que ahora me hacía sentir compasión de la gente con la estatura de Chiquito Bosio o Chiquito Romero.

Podría ahondar en este tópico: el derrumbe de la calidad del viaje en avión, pero prefiero aprovechar este espacio para ofrecer el siguiente resumen.

Algunas de las casi invisibles señales de que la crisis ha llegado a España:

  • En los bares, donde antes había en cada mesa una exuberante bandejita con sobres de azúcar o edulcorante, ahora apenas si con el café te tienden un sobrecito de blanquilla. Al segundo hay que implorarlo y el mozo o la moza te miran como si te estuvieras robando la vajilla. Pregunté en tres bares por qué habían quitado las bandejitas, qué pasaba con el azúcar… ¿escaseaba? Los tres consultados, luego de dudar, repitieron de memoria que es por razones de sustentabilidad o para que no se generen residuos.
  • El papel higiénico, en los hoteles y en los baños en general, se ha vuelto más angosto. Al menos 1 centímetro. Sí, y el papel, más fino. Delgadito. Casi de calcar.
  • Las luminarias navideñas que adornan las calles principales de las grandes ciudades siguen siendo hermosas, vistosas, espectaculares. Pero a eso de las once de la noche, sino antes, te apagan todo…
  • Solamente encontramos dos céntimos tirados en la calle durante nuestros quince días de estancia en la madre patria. Comparado con el 2017, cuando alcancé a sumar un euro con setenta y cinco céntimos, la caída es del 98.85%.
  • La basura que se observa en las calles es realmente basura hasta para un sudamericano. Bolsas rotas, colillas de cigarrillos, papeles sucios. Lejos está aquel tiempo en el cual un excuñado que tuve, en Barcelona, equipó su casa con objetos y muebles que fue recolectando de los contenedores. Hasta un microondas tenía…

Por lo demás, puedo asegurar que España no ha perdido su encanto. Sí que, en Madrid, han cerrado muchos bares tradicionales, reemplazados por los 100 montaditos o Five Guys, o bien conservan su nombre de antaño, pero ahora muestran una carta onerosa y los detalles estéticos que cautivan a los chetos (denominados “pijos” allá). Ah… y olvídense del bocadillo de jamón o de chorizo a un euro… olvídense. Igual, hay cosas buenas para contar. Pero esta nota es sobre la crisis.

 

 

El autor es escritor, profesor de letras y docente a nivel medio y universitario (UNR). Publicó los libros de cuentos El pintor de delirios (EMR, Rosario, 2009), Cuentos que soñaron con tapas (El Ombú Bonsai, Rosario, 2011), La niña de mis ojos (El Ombú Bonsai, 2013), y la novela Tetris (UNR Editora, Rosario, 2016).