Cultura

Elogio de la espontaneidad

La música actual de los jóvenes retiene algo de eso: en el rapeo hay un cierto grado de improvisación que la repetición malogra. El registro fonográfico atenta contra la música que los jóvenes de hoy quieren que les represente.

Anoche encendí la radio local. Con molestia, la tuve que apagar a los cinco minutos: me banqué las publicidades, pero todavía no puedo digerir la música nueva (señal de que por fin estoy llegando a mis mejores años).

Ahora, en el desvelo, vuelvo sobre las cuestiones que tienen que ver con la música, que en realidad se trata de la relación particular de este cronista con las bandas sonoras que ha logrado abarcar en su brevedad.

Quizás la música sea de las cosas más importantes que definan la realidad de una persona, sin que esta se dé cuenta. Quizás sea la definición más cercana a su ideología, a su personal mirada.

¿Cuánta música podemos escuchar en nuestras vidas?

¿A dónde va a parar la música que es olvidada?

¿De quién es la música?

Alguien reflexionaba (y yo leía) sobre los envejecimientos musicales: como todas las cosas, los sonidos dejan de pertenecer al mundo actual y pasan a formar parte del acervo historiográfico.

Yo pienso que la música que hoy suena en la radio, dentro de 20 años va a demostrar el nivel de ridiculez en el que vivimos en estos años 20 de los dosmiles.

Así como nos avergüenza vernos en una foto de los noventa, con nuestras remeras espantosas, los cuerpos deformes, así como nos vemos jóvenes y estéticamente feos en el pasado, es probable que los muchachos de hoy, dentro de 20 años, sean condescendientes con eso que fueron y piensen en que esa ridiculez de hoy justificará algo bueno del mañana.

Seguramente, los viejos de hoy nos veían ridículos en los noventa, incluso nos lo avisaban.

No creo que nuestras voces encuentren un espacio en el cual ejercer el derecho a manifestar la ridiculez de hoy.

Pero si este es uno, debo decir que la música que eligen escuchar (que en lo personal considero espantosa) contiene un error de concepto y que se choca con lo que creen que su generación expresa.

Las voces vagonetas de los cantantes de hoy (todas las tonalidades de voces parecen cansadas, y el autotune solo las exacerba) no reflejan la imagen de un extrapajero, sino que pretenden demostrar el desdén que el mundo les significa (cuando digo el mundo quiero decir “el otro”).

Es un desdén selectivo y emocional, por supuesto que el mundo les preocupa, nadie pensaría que no, pero tratan de no engancharse con lo que no los incluye o que los desafía, por eso nombran constantemente un enemigo, que es ficcional. Nombrar un enemigo es un buen modo de esconder el nombre del verdadero enemigo.

Pero esta generación tiene ese algo, que está en la posibilidad de saberlo todo ya mismo, que es la inmediata accesibilidad al tutorial de lo que quiere, lo que hace explotar la idea del deseo.

Y uno, que cuando empezó a escribir hace tres párrafos, quería ir para otro lado, se va enredando en su propio laberinto. Qué bueno es poder introducir palabras como puentes, que te permiten salir de cualquier escollo e ir directamente a un lugar seguro, en donde poder decir lo que querías decir, como los escritores de Página.

Laberinto viene al pelo, porque es un comodín del mazo borgeano, y sirve para robarse todas las cartas. Al principio del desvelo pensaba en cómo definir los diferentes géneros musicales que se popularizaron en los últimos 40 años, desde el rock y el folclore, contrastando la música de hoy, el pasado reciente que puede ser el reggaetón, ante la inclaudicabilidad de la cumbia y el cuarteto que a todos hace mover.

Por qué englobar al folclore en un solo nombre, cuando hay chacarera, gato, zamba, vidala, tango, chamamé, etc.

El jazz, afortunado, debe ser una golondrina, quizás, que improvisa en pleno vuelo. El valor en el jazz no sobresale por la capacidad de improvisación (que no es tal, porque para ser músico de jazz no se puede ser un improvisado).

El músico va construyendo, en un lenguaje no convencional, una conexión que es un discurso narrativo complejo, que supuestamente no existía un instante antes, y que suele contener citas y referencias de otros discursos, por lo general formulados en ese mismo lenguaje. Se basa en la espontaneidad, más que en la improvisación.

El recurso de la espontaneidad, de la acción sobre lo imprevisto, el más utilizado por los jugadores de fútbol que han dominado la técnica: con el afán de ganar, crean una danza impensada, una gambeta teológica.

La música actual de los jóvenes retiene algo de eso: en el rapeo hay un cierto grado de improvisación que la repetición malogra. El registro fonográfico atenta contra la música que los jóvenes de hoy quieren que les represente, y que obligan a escuchar a los viejos, imponiéndoles en las radios su transmisión.

Un trap, cuando es entendido (después de escucharlo cuatro veces ya se entiende la letra), encuentra su derrota, porque líricamente es discutible, y hasta fútil. Si lo contextualizamos en una situación de improvisación, puede llegar a ser admirable.

El registro fonográfico del género jazz, en cambio, no imprime su fecha de vencimiento, porque al expresarse en otro lenguaje genera nuevos significados cada vez, pero también, formula un registro histórico que hace que pueda ser reescuchado y reanalizado. Es un género que se va colando en los otros, y es a la vez que influyente, permeable.

Ojalá Argentina pueda salir campeona del mundo con un equipo de jugadores que, fundamentalmente, pueda escuchar música de un género como el jazz.

El autor de la nota es escritor, graduado en Letras, editor en CasagrandeUNR Editora (Universidad Nacional de Rosario) y HyA ediciones (Facultad de Humanidades y Artes de UNR). Nació en Venado Tuerto.